Los animales en la gestión de riesgos de desastres
Desde el principio de la creación, nuestro planeta, al igual que los demás planetas del universo se ha visto sometido a increíbles presiones y cambios producidos por eventos de diversa índole y origen, que aún hoy día siguen presentándose.
Por: Dr. Juan Carlos Murillo, Gerente Internacional de Animales en Desastres. World Animal Protection
Los llamamos eventos pues, de acuerdo con la Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres de las Naciones Unidas, la definición del concepto desastre se refiere literalmente a una interrupción seria del funcionamiento de una comunidad o sociedad que causa pérdidas humanas y/o importantes pérdidas materiales, económicas o ambientales; que exceden la capacidad de la comunidad o sociedad afectada para hacer frente a la situación utilizando sus propios recursos. Un desastre es función del proceso de riesgo. Resulta de la combinación de amenazas, condiciones de vulnerabilidad e insuficiente capacidad o medidas para reducir las consecuencias negativas y potenciales del riesgo[1]. Es decir, solo se habla de desastre cuando hay impacto en la población humana, por ende, cuando no se afectan personas ni sus bienes o servicios, esos incidentes se catalogan únicamente como eventos.
Entre los eventos más comunes por su ocurrencia, podemos citar aquellos de origen natural que se clasifican en hidrometeorológicos, tales como tornados, huracanes y sequías; así como aquellos que se derivan de éstos, entre los que se citan inundaciones rápidas y lentas, ventiscas y en el caso de las sequías, los procesos de desertificación consecuentes. En otro orden, algunos autores mencionan los biológicos, que se manifiestan como brotes de enfermedades (epidemias) y plagas de insectos como la langosta[2]. Otro gran grupo de eventos es el de los geológicos, como las erupciones volcánicas, terremotos y tsunamis. No todo es blanco y negro en este tema, ya que, a los anteriores, se les une la mezcla de ambos grupos, que se manifiesta en deslizamientos y licuefacción.
Pero no nos podemos detener allí, ya que luego de la aparición del ser humano sobre la tierra, éste agrega “progreso” a su cotidianidad, y con este progreso, se dan otros eventos de origen no-natural y que se conocen como antrópicos –ocasionados por el hombre-. Se clasifican como guerras, tecnológicos –incluyendo los de origen químico, biológico, radiológico, altamente explosivo y nuclear; también aquellos incidentales como vehiculares, de aviación o marinos-, así como los de tipo cívico-social.
Según datos reportados por el Centro para la Investigación de Epidemiología de los Desastres (CRED, por sus siglas en inglés), citados por la Organización Panamericana de la Salud, en su Boletín “Desastres”[3], de un total de 373 desastres registrados alrededor del mundo durante el año 2010, se perdieron 296.800 vidas, además de que cerca de 208 millones de personas más, sufrieron afectación de diversa índole y magnitud, cuyas pérdidas económicas ascendieron a casi 110 mil millones de dólares americanos. La región de América Latina y el Caribe tomó la delantera en las estadísticas, mayormente por el impacto y la alta tasa de víctimas mortales que cobró el terremoto en Haití, que alcanzó el 75% de las muertes totales. Sumándose a esta estadística de pérdidas humanas, nuestra región además lideró las cifras económicas ya que solo el terremoto de Chile, produjo 30 mil millones de dólares americanos en daños y pérdidas.
En México[4], en el periodo comprendido entre 1980 y 2010, se dieron 170 eventos desastrosos con una tasa total de fallecidos de 14,946 víctimas, para un promedio de 482 anuales. Como consecuencia de estos eventos (inundaciones, terremotos, erupciones volcánicas, etc.), la afectación alcanzó a 13,512,342 habitantes de la República Mexicana. Se estima que el daño económico alcanzó los USD $31,892,210,000, o su equivalente promedio de USD $1,028,781,000 anuales.

Los animales no son ajenos tampoco al tema de los desastres, su impacto en mascotas y animales de producción, es incluso aún más devastador que aquel en los humanos. Generalmente no se permite que haya animales en los refugios temporales para las personas lo que junto con el hecho de que usualmente los propietarios no tienen tiempo suficiente para hacer los arreglos para la atención y seguridad de sus mascotas antes del evento desastroso, agrava aún más su situación; esto obliga a dejarlos atrás, significando en muchos casos una lenta y dolorosa muerte.
Luego de la evacuación, los propietarios de animales intentan regresar al área de impacto, a costa de su propia seguridad y motivados por atender o recuperar sus animales dejados atrás. Esta situación agrega un elemento más de crisis a la actual, ya que obliga a las autoridades a detenerlos o a enviar de nuevo a los cuerpos de rescate para que busquen y traigan de vuelta a estas personas. La supervivencia de mascotas muy queridas o de ganado muy valioso, siempre dependerá de los planes preventivos que sus dueños desarrollen por adelantado, y no en operaciones de rescate[5].
En la provincia de Santa Fe en Argentina, a causa de las crecidas periódicas del Río Paraná, de acuerdo con Alejandra Celis, investigadora de la Universidad Nacional del Litoral, la región presenta 3520 registros de desastres entre 1970 y el año 2004, lo que significa el 22,68% de la totalidad de eventos ocurridos en el país en el mismo período de tiempo. El 88,4% de estos eventos fueron de naturaleza hidrometeorológica[6].
Los efectos negativos en estos treinta y cinco años incluyen (y quizá no se limitan a) aproximadamente 1000 muertos humanos, 21 450 enfermos, más de 8000 heridos, 1 000 000 de evacuados, 5.3 millones de damnificados (1 de cada 134 habitantes ha sido evacuado de la región) y 1.71 millones de cabezas de ganado perdidas. Todo esto, totalmente prevenible si se hubiese desarrollado un plan de preparación ante emergencias.
Las consecuencias de la falta de planes no se limitan únicamente a la pérdida de los animales, también implica la activación de otras instancias para resolver problemas emergentes, tal como se vio en Nueva Orleans en EE. UU., durante la emergencia causada por el Huracán Katrina, donde la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) prohibió la evacuación de animales con implicaciones judiciales posteriores.
Cuando el Volcán Chaitén, al Sur de Chile, hizo erupción las autoridades no permitieron a los pobladores rescatar a sus animales inmediatamente, por lo que la opinión pública se levantó, y el Parlamento de la Nación intervino ante el Congreso, para lograr la aprobación de un proyecto de rescate. Protección Animal Mundial (anteriormente conocida como la Sociedad Mundial para la Protección Animal -WSPA, por sus siglas en inglés-), en coordinación con el Gobierno y grupos locales de protección animal, organizó el rescate y evacuación de cientos de animales, además de la donación de más de una tonelada de alimento para mascotas. Lamentablemente, aunque no hay una cifra oficial, se especula en miles la cantidad de animales que perdieron su vida por el retraso.
Como recién se hizo evidente, Protección Animal Mundial, a través de su Departamento de Manejo de Desastres, ha venido a paliar un vacío en el campo del rescate y la atención animal durante este tipo de emergencias; y ha intervenido en numerosas operaciones a lo largo de los últimos años.
Posterior al terremoto en Haití, en enero 2010, Protección Animal Mundial lideró una coalición que, en colaboración al Gobierno y al pueblo haitiano, atendió médicamente a más de 60 000 animales, organizó la reconstrucción del Laboratorio Nacional de Diagnóstico y rehabilitó la cadena fría del país con la instalación de 12 unidades solares en las áreas de mayor impacto del terremoto[7].
Durante la reciente emergencia en Japón a causa del terremoto y tsunami, esta organización previó la construcción de 30 refugios temporales para la atención de animales de compañía que lograron ser evacuados con sus familias.
Luego de cuantificar los daños estructurales y económicos, se suma el impacto emocional ocasionado por los desastres, el cual desorganiza los aspectos cognoscitivos y emocionales de los individuos, deteriorando su capacidad de atención y concentración, crece la sensación de ansiedad y de impotencia, que se combina con sentimientos de ira y tristeza. Los que, en ocasiones, son encubiertos por mecanismos de defensa, como la negación, dándose una disminución en la capacidad de sentir o de enfrentar circunstancias externas desagradables[8].
Para comprender mejor el impacto emocional de los desastres en las víctimas, hay que estudiar los factores que inciden sobre los individuos, como es el caso de la pérdida de los animales tanto de compañía como de producción. Los seres humanos formamos vínculos muy fuertes con nuestros animales, al punto que, en el caso de perder nuestros animales de compañía, el duelo es equivalente al de perder un miembro de la familia, y en el caso de sus animales de producción, no solo el aspecto afectivo como la incertidumbre a futuro por haber perdido los medios de sostén económico. Además de otros factores como el tipo, magnitud, duración e impacto del evento; así como la edad del individuo y su percepción y experiencia respecto a este tipo de situaciones, tomando en cuenta la extensión y el tipo de daños sufridos por la persona: consecuencias familiares, individuales -lesiones, pérdida de bienes y animales, económica y de otra índole-[9].
A partir de los factores identificados, el impacto emocional de los desastres exhibe los siguientes síntomas, que deben ser abordados y tratados profesionalmente: depresión, ansiedad, apatía, fobias, trastornos sicosomáticos, ofuscamiento, confusión, hostilidad, dependencia, neurosis, sentimiento de culpa, irritabilidad, insomnio, negación, etc.
Finalmente, otro grupo de víctimas sufre tanto o más por efecto de los desastres, es el personal de asistencia y se conoce este síndrome como “Fatiga compasional”. Tiene su causa en la presión emocional constante al enfrentarse diariamente a situaciones dolorosas. Es bastante común entre el personal que atiende animales, pues además de las presiones comunes de la emergencia, este personal se ve también enfrentado a la toma de decisiones extremas como el “triage” (proceso de selección y categorización de víctimas) y eutanasias. Se caracteriza por culpa excesiva, inexpresividad de emociones, aislamiento, muchas quejas de su gestión, se queja de la gestión de otros, adicciones varias, compulsiones, bajo cuidado personal, problemas legales, endeudamiento, pesadillas, regresiones, apatías, problemas digestivos y respiratorios, tristeza, falta de concentración, agotamiento físico y mental, preocupación y negación de la situación[10].
En resumen, es necesario estar siempre preparados con un plan familiar de emergencias y brindar el apoyo necesario y profesional a las víctimas y al personal de asistencia.
¡Porque los animales importan!
Referencias bibliográficas
[1] EIRD, Glosario de terminología, 2004: http://www.eird.org/gestion-del-riesgo/glosario.pdf
[2] Malm, L. Enfermería en Desastres - Planificación, Evaluación e Intervención, Editorial Harla, SA de CV, México, DF. México. 1989.
[3] Boletín “Desastres”: [4] http://www.preventionweb.net/english/countries/statistics/?cid=112
[5] Animals" class="redactor-autoparser-object">http://new.paho.org/disasters/... in Disaster -Lost and Found Livestock and Pets: http://www.disastercenter.com/pets/animals.htm
[6] Celis, A. Desastres en la Región Litoral Argentina: 1970-2004, en Pampa 02, año 2, número 2, año 2006. Universidad Nacional del Litoral (Argentina) y Universidad de la República (Uruguay).
[7] WSPA: www.wspa-international.org
[8] SERSAME: Programa específico de atención sicológica en casos de desastre. Secretaría de Salud, México, DF. México. 2002
[9] Moreno-Ceballos, N y Matín, A. Asistencia psicológica a niños víctimas de desastre. Plan Internacional. INDESUI. Santo Domingo. República Dominicana. 2000
[10] Fatiga compasional: http://www.compassionfatigue.org/pages/symptoms.html